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Con todo esto podemos dar una serie de recomendaciones tanto para antes como para después de la Navidad (que si lo pensamos detenidamente es lo mismo que nos suele ocurrir tras el Verano y la Semana Santa):

  1. No existen los milagros: haced ejercicio con sentido común;
  2. Lo que consigo muy rápido, desaparece muy rápido;
  3. Perder peso es lo más fácil del mundo: deja de comer; no comas durante 5 días y observa tu aspecto y cómo te sientes;
  4. Un adulto de estatura y peso de nivel medio tiene unas 70.000 kcal procedentes de ácidos grasos y unas 2.000 de entre glucógeno muscular y hepático; en una hora de cualquier actividad ejecutada cómodamente (porque si puedo realizar durante una hora seguida un tipo de ejercicio, es que voy cómodamente sin lugar a dudas; a no ser que sea atleta de élite y alto rendimiento…) voy a gastar entre 300-500 kcal procedentes mayoritariamente de grasas, las cuentas son éstas:

70.000 – 500 (por ser generosos) = 60.500, sin provocar ningún tipo de afectación en nuestro sistema simpático-adrenal, ni alteración de factores hormonales, etc, con lo que a la hora ya estoy prácticamente recuperado. Prueba es que muchos tras terminar cualquier clase se meten a otra y a otra e incluso se van a las cintas o a las elípticas a proseguir su actividad porque piensan que “van a quemar más”. Cada uno es libre de hacer lo que le venga en gana, pero tenemos y debemos de saber que casi siempre en nuestro cuerpo no pasa lo que creemos que está pasando o, peor aún, lo que queremos que pase.

  1. Haz toda la fuerza que puedas en el menor tiempo posible, y vete a dormir. Dicho de otro modo: vacía el vaso lo más rápido posible para que acabes tan cansado que necesites el triple de tiempo para volver a llenarlo.

 

Porque…nosotros la grasa que queremos perder es la que se ve, ¿no?. Ese tejido adiposo periférico que se concentra en determinadas zonas tanto en hombres como en mujeres que nos lleva de cabeza porque ¡no hay manera de que desparezca!. Y mira que hago y hago y hago….¡pero no se va!. Pero claro, hago muchas cosas…pero fíjate que lo único que no hago son las cosas que realmente van a funcionar: Fuerza e Intensidad (os remito a que releáis el artículo de Diciembre); y recordad esto: la fuerza con intensidad no la voy a poder mantener durante mucho tiempo.

Entonces, vamos a analizar fríamente lo que solemos hacer: clase de spinning, termino y me meto a clase de bodypump, termino y como tengo tiempo antes de la próxima (¿¿PRÓXIMA?? ¿es que vas a hacer más? “Hombre…es que si no no quemo”)  pues me quedo en la sala y hago unas abdominales y músculos que hoy no he hecho (¿en serio pasa esto en el 2019, en pleno S. XXI? ¿Que ya hemos mandado la New Horizons a fotografiar Plutón?) mientras me pienso si entrar a Pilates, a CrossFit o ando rápido en la cinta 45 minutos. Reconocedlo: lo hacéis todos. Cambiad el tipo de clases, el orden o los tiempo os pero hacerlo, lo hacéis. ¿Dónde está ahí la Fuerza y la

Intensidad? Fuerza poca, algo hay, obviamente, si no no podría moverme; ¿Intensidad? Poca…o casi nada; yo digo ¡ninguna!.

 

Porque…volvemos a lo de antes; queremos gastar la grasa de nuestro tejido adiposo periférico ¿verdad?. Creo que nadie está pensando mientras realiza esto en “voy a consumir los ácidos grasos circulantes por mi torrente sanguíneo, los almacenados en mis músculos (adipocitos), también quiero mejorar mi sistema oxidativo para ser más eficiente en mis actividades de larga duración…” ¿O sí?. No, a nosotros lo que únicamente nos importa es lo que se ve.

 

Fisiológicamente no hay discusión de que la mayor contribución de grasas, por lo tanto, oxidación de las mismas como sustrato energético, se produce con actividades realizadas a una baja-moderada intensidad (60-65% del VO2max) prolongadas en el tiempo (lo actualmente denominado Fat-Max). Eso es indiscutible. Pero eso es una cosa y el querer quitarme los michelines, la barriga, la celulitis o las alforjas de la cintura con este tipo de actividades es otra muy muy distinta. No digo que no funcione, pero es insostenible en el tiempo y además existen mejores métodos. Porque lo que antes me costaba 500kcal ahora lo hago con 300: ¡nuestro cuerpo se adapta!; y lo que pasamos a hacer es…¡¡ta ta ta chán!!: aumentar el tiempo. Llegando un momento en que para consumir esas 500 que cuando empecé me llevaba 1 hora, ahora necesito 2. Y así exponencialmente. ¿Por qué no reducís el tiempo y aumentáis mucho mucho la intensidad del ejercicio?. Yo os contesto: porque eso cuesta, y además no es divertido ni cómodo, ni chachi ni piruli. Pero os aseguro que SÍ es muy efectivo. Aparte, no debemos de olvidar el factor alimentación, que es clave, pero eso es tarea del nutricionista.

 

Durante el comienzo de cualquier tipo de actividad, es decir, situación de estrés fisiológico, nuestras hormonas a través de nuestro sistema endocrino se encargan de resolver los problemas que le vamos planteando a nuestro organismo. En el aspecto deportivo hay muchas que son claves: catecolaminas (adrenalina, noradrenalina), testosterona, hormona del crecimiento, glucagón, insulina, cortisol, etc. Nos vamos a quedar con ésta: el Cortisol al principio, en su primera aparición es lipolítico, favorece la lipólisis (consumo de grasas, utiliza los lípidos para formar ácidos grasos para que sean utilizados como energía) pero conforme su contribución se prolongue en el tiempo se vuelve lipogénico, favoreciendo la lipogénesis (creación de grasas, utiliza la glucosa para producir triglicéridos o ácidos grasos de reserva) debido a su interacción con la insulina. Decidid vosotros mismos.

Francisco López, entrenador personal de One Sport